

Al contaminado aire de los buses-chimenea sumemos los vientos de la campaña de pre candidatos a la Alcaldía de Pereira que arrancó con el trío de Gallo, el diseño estratégico de Luis David Duque y todos los privilegios del frondoso árbol del poder público, que aunque dan ventaja, no siempre son suficientes. La elección de Gallo fue al contrario.
Ya lo dijo Gutiérrez Millán en EL DIARIO el pasado jueves evocando a Maquiavelo: “El primer deber del aspirante al principado es hacer todo lo necesario para conquistar el poder, y para mantenerlo, una vez conquistado”. (¿Lo que sea?)
La estrategia de Luis David es una jugada de promoción inteligente y una apuesta en la que si el Uribismo tuvo éxito con Iván Duque, con Maya, Calvo y Calderón podría partir del riesgo de un falso supuesto, pues el proceso se expone a un traspiés de aval, si no marcan o si surgen contingencias que obliguen a sacar un gallo tapao.
La historia de la elección de alcaldes es rigurosa y enseña:
En 1989 la apuesta del alcalde Jairo Arango fue Luis Enrique Arango y ganó César Castillo. En 1991 Castillo hizo alcalde a Ernesto Zuluaga. En 1994 Zuluaga le dio la mano a Juan Manuel Arango y en 1997 Luis Alberto Duque ganó con el apoyo de Arango.
La poderosa mano de Duque no pudo elegir a Germán Darío Saldarriaga quien perdió en el 2000 con Martha Elena Bedoya. La feroz campaña del 2003 insinuaba la instauración de una ginecocracia con Consuelo Jaramillo y ganó otra vez Juan Manuel.
Aún hay olor al chamusque de la campaña del 2007 cuando Juan Manuel apostó por Luis Fernando Baena quien marcaba bien y a poco de las elecciones lo cambió por Martha Elena quien perdió con Israel Londoño.
Luego en 2011 a regañadientes Israel apostó por Enrique Vásquez derrotando por media nariz a Juan Manuel Arango. Queda para la historia la pela electoral del 2015 de Juan Pablo Gallo a Israel Londoño. Síntesis: los votos sí son endosables pero en cualquier caso, el éxito depende mucho de la estrategia y la coyuntura política.
Como los ríos, la política tiene dos orillas y siempre la oposición buscará la caída; y la ciudadanía la forma de hacer sentir a su hartazgo del engaño, el abuso del poder y el afán de perpetuarse en cuerpo ajeno. Los electores premian, castigan, se fatigan o no se sienten obligados a la gratitud porque saben que el poder paga.
Por eso los políticos entre más alto suben, más duro caen; pero con todo, es políticamente correcto que pretendan mantenerse en el poder, así olviden que como nunca antes, la opinión es muy voluble y se mueve más rápido que la política.
En todo caso, a un político con o sin endoso de votos, solo lo salva el pueblo, que al final elige el gobernante que se merece.