Vivimos en el paraíso pero no lo sabemos. El sol sale por Dosquebradas y se oculta al occidente por Cerritos. Como su nombre lo indica -y la vista es espectacular desde el aire- Cerritos es el anuncio del inicio cósmico del pie de monte pereirano que termina en la meseta de Dosquebradas.
Esa visión la tuvo el poeta Luis Carlos González cuando retrató a Pereira en su verso geográfico y bucólico: “Donde el valle y la montaña, en cita verde se encuentran”.
Esa mixtura de verdes es admirada por los extranjeros que nos visitan e ignorada por nosotros. Cuando hablo de la arrugada geografía lugareña, recuerdo al español Fermín Cabello, quien como gerente del antiguo hotel Meliá repetía como si nunca lo hubiera dicho: “vosotros no sabéis lo que tenéis” y señalaba las montañas verdes y azules del paisaje risaraldense.
Si sumamos el enorme valor del capital humano regional, encontramos gente emprendedora y tan tenaz en su afán de progresar, que si tienen que irse a otro país a trabajar, lo hacen a riesgo de convertir a sus hijos en niños huérfanos de padres ausentes. Ello explica y confirma, que nuestra economía regional tenga una alta dependencia de las remesas en dólares y euros.
Cuando quieran ver un drama digno de La parábola de retorno, del poeta Barba Jacob, vayan en diciembre al aeropuerto Matecaña. A uno también le dan ganas de llorar de alegría cantando el “volver, volver” con los mariachis que por la época de navidad hacen su agosto.
Por ello, me han calado hondo los mensajes recibidos sobre mi columna del pasado miércoles en torno a la crisis oculta de Dosquebradas y la enorme distancia con Pereira. No puedo aquí contestarles a todos, pero sí quisiera decir lo que pienso respecto de la polarización política y las expectativas presidenciales que tienen en vilo al país.
Que decidí hace mucho no escribir sobre temas nacionales y alego en mi favor que soy indio de tribu chiquita. Que por eso enfoco mi interés periodístico en el sitio donde nacieron mis hijas, trabajo, amo, sueño y quiero morir. Este es el microcosmos que me interesa, y que quisiera que muchos más ciudadanos sintieran en sus entretelas.
Como si fuera una señal majestuosa de la madre naturaleza, cada mañana el sol nos saluda vigoroso por Dosquebradas y se despide esplendoroso por Cerritos. Y cuando llueve, como casi siempre, me recuerda al entrañable dirigente cafetero Alberto Restrepo González, quien decía que, ese es el momento en que la tierra vibra y recibe emocionada la bendición del soberbio espectáculo de luz y agua, clave para la feracidad de la tierra. Si la política no sirve para cuidar lo que tenemos, no sirve para lo esencial.
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