“Pote est”.

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POR EL PADRE PACHO, FRANCISCO ARIAS ESCUDERO, PARROCO DE LA VALVANERA -PEREIRA, COLUMNISTA INTERNACIONAL DE www.notieje.com.

Si quieres conocer realmente el corazón y las intenciones en una persona, dale poder. Pepe Mojica expresaba que el poder no cambia a las personas, solo revela lo que verdaderamente son.

La palabra poder viene del latín, “posere”, un verbo que citado podía traducirse como “ser posible” o “ser capaz de”, y que emana de la expresión “pote est”, que tiene el mismo significado de la forma verbal. Con esta palabra se describe la facultad, habilidad, capacidad para llevar a cabo una determinada acción. Sin embargo, el uso más habitual es referido al control, a aquella potestad que se recibe para imponer un mandato. Así el poder se relaciona con aquella herramienta que un ser humano le otorga a otro, para que, en representación suya, pueda llevar a cabo cierto plan o programa, o control social.

Desde una visión realista podemos distinguir tres formas de ejercicio del poder: El poder del puño, es el poder autoritario, concentrado en una sola mano, cerrada, y por ello mismo, no participativo y excluyente. El poder de manos abiertas, es el poder paternalista; quien lo posee lo delega a otros con la condición de mantener el control y la hegemonía. La mano abierta es para dar palmaditas en la espalda facilitando así las adhesiones.

Un tercero, el poder de manos entrelazadas, el poder participativo y solidario, representado por las manos que se entrelazan para reforzarse entre sí y asumir juntas la corresponsabilidad social. El proyecto, su implementación y sus resultados son asumidos por todos. Las organizaciones son autónomas, pero se relacionan libremente con otras, en red, para alcanzar objetivos comunes. Es un poder que sirve a la sociedad en lugar de servirse de la sociedad para otros fines. Es el poder pretendido por la democracia. El poder-servicio, instrumento de las transformaciones humanas.

Todo poder debe estar sujeto a un control, normalmente regido por el ordenamiento jurídico, con vistas al bien común. El poder debe aceptar la crítica externa, someterse a un rendimiento de cuentas y a la evaluación del desempeño de quienes lo ejercen.

Los portadores de poder nunca deben olvidar el carácter simbólico de su cargo. Los ciudadanos depositan en él sus ideales de justicia, equidad e integridad ética. Por eso deben vivir privada y públicamente los valores que representan para todos. Cuando no existe esa coherencia, la sociedad se siente traicionada y engañada, por sus gobernantes.

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