La idea de la reencarnación va encontrando hoy en día en las sociedades occidentales cada vez más adeptos. Incluso muchos cristianos no ven incompatibilidad alguna entre reencarnación y la resurrección, porque suelen afirman que la primera explicaría lo que ocurre en la vida terrena hasta que se alcance, como la segunda, el estadio definitivo de la consumación.
Jutta Burggraf profesora de teología de la Universidad de Navarra, dentro de sus reflexiones nos ofrece unos elementos fundamentales sobre la doctrina de la reencarnación, concepto que generalmente está vinculado con una evolución ascendente, que lleva a los individuos hacia un estado de perfección, de divinidad. Una doctrina que es mutante y en occidente adquiere unos matices distintos a lo que enseñan los orientales.
Según algunas tradiciones orientales, aquello que se reencarna es una cierta “energía espiritual”, la “fuerza vital” de un ser humano, que toma forma una y otra vez, en un nuevo cuerpo. Generalmente no se habla de una reencarnación de tipo personal. En el pensamiento occidental, se pone relieve más en la identidad del sujeto en sus sucesivos nacimientos, y hablándose de un “alma” individual que continúa viviendo, de una forma nueva después de la muerte.
Para la tradición oriental, la doctrina de la reencarnación es inseparable del Karma, éste, supone una relación directa y mecánica entre las acciones del hombre y sus consecuencias para una vida posterior. Toda persona lleva consigo unos efectos buenos y malos que son absolutamente necesarios y que afectan tanta al sujeto como al conjunto de la comunidad humana. El Karma se puede manifestar incluso en muchas generaciones futuras; es como una especie de herencia que los vivos reciben de los muertos. Cada generación está obligada a cargar con las consecuencias de las decisiones de sus antepasados. Los sucesivos nacimientos se encuentran en directa relación con las existencias pasadas. El descanso definitivo se alcanzará cuando todo Karma sea purgado de modo total e integro, después de dejar el último de los cuerpos que ha tomado en la tierra.
La doctrina occidental afirma lo contrario, según ella, un hombre no carga sobre si las consecuencias de los actos de sus antepasados; él es el único responsable de su destino, él es el único creador de todas las situaciones de su vida. Todo lo que le ocurre son efectos directos de sus propias decisiones durante sus existencias anteriores.
Para oriente se acentúa de manera negativo, el carácter de castigo y purificación; en el budismo, por ejemplo, la reencarnación es una maldición y no el fin de nuestras vidas; el budista, anhela la salvación, que el identifica con la liberación de la prisión de este mundo, un poco en la línea platónica, del cuerpo como la cárcel del alma. Todo contacto con el mundo es causa de mal, es por ello que, por la meditación y la ascética, se puede ir liberando de las cadenas, la muerte no es más que la culminación de esta liberación. Quienes no den ese salto hacia el nirvana deben volver a la tierra a empezar una nueva vida.
Para occidente, los sucesivos nacimientos son considerados como positivos, como una forma de autorrealización que conduce hacia un estado de desarrollo más alto y una plenitud más cabal. Cuando el hombre se perfecciona totalmente se encuentra con Dios. Es una evolución espiritual donde el espíritu se reviste con nuevos vestidos, adquiere nuevas experiencias, hasta que finalmente crece tanto que ningún vestido le queda bien y es aquí donde reconoce su propia infinitud. Cuando alcanza su identidad completa para descansar en Dios.
Pensamos que una de las razones por las que esta teoría hoy sea tan atractiva en nuestra cultura occidental, es por el poco conocimiento que se tiene dentro de la doctrina cristiana sobre los “novísimos”; al mismo tiempo, el mensaje de salvación que se ofrece es muy asequible para una mentalidad que se caracteriza por una destacada negación al considerar algo como tan definitivo. Es atractivo saber que las cosas no son para siempre y pueden ser objeto de cambio, incluso la propia vida como algo provisional. El que se prometan varias vidas permite que el ser humano, pueda tener algo de tranquilidad, si hay algunas situaciones por resolver, es bueno que siempre haya una puerta abierta, para ante una vida fracasada o no resuelta se tenga la ocasión para intentarlo de nuevo.
Para un mundo tan racionalista como el nuestro la reencarnación ofrece una explicación aparentemente lógica de todo lo que ocurre en el mundo, muchos de los acontecimientos como el sufrimiento, las hambrunas, las tragedias naturales, la injustica en el mundo, son una necesaria consecuencia de los actos que hemos realizado en nuestras vidas pasadas.
Para los reencarnacionista tanto en oriente como en occidente, el hombre no es una persona única e inconfundible, que trasciende esencialmente la creación material; por el contrario, queda sumergido en los cambios naturales, ya que se encuentra entre un permanente nacer, morir y volver a nacer, creando una forma distinta, en analogía a los productos de la tierra. La muerte no es más que los ritmos vitales de una oscilación. Una interpretación naturista que le resta importancia no solo a la muerte, sino también a la personalidad, a la libertad y la historia propia de cada hombre. ¿Por qué debo estar obligad a cargar con las consecuencias de una vida pasada que no conozco? La reencarnación desprecia la corporeidad, un ser humano dividido entre dos substancias sin ninguna relación entre sí.
La doctrina cristiana enseña que, mi vida concreta se desarrolla en una historia única, y no puedo dejarla como una especie de vehículo viejo del que salgo y me olvido. La visión cristiana nos enseña que somos responsables no solo de nosotros, sino también de todas las personas a nuestro alrededor y de aquellos que vendrán después de nosotros. El cristianismo coincide con la doctrina oriental que los efectos de los errores de una persona pueden repercutir negativamente en toda la comunidad humana.
Contamos siempre con el perdón y la oportunidad de comenzar de nuevo. El hombre es libre y en un sentido profundo, es el protagonista de su propia vida. La fe cristiana responde a la cuestión del dolor en una forma más humana, enseña a ver que, el que sufre, no es una persona castigada, sino a un preferido de Dios, enseña sobre el verdadero sentido del sufrimiento humano, y nos muestra a un Dios que se solidariza con el hombre, un misterio de amor, de un Dios que da la vida por nosotros.