

Don Juan, un tranquilo comerciante de la calle 18 me pregunta sobre qué espero del ganador del próximo domingo 17 de junio. Debo confesar que no me asusta ninguno de los dos candidatos presidenciales. A diferencia de Venezuela, este país es políticamente indomable.
Le dije que más allá de ese pronóstico, tengo incertidumbres y escepticismos sobre el desarrollo regional y la necesidad de políticas sociales para la gente vulnerable, que son visibles solo en las campañas electorales.
En ese bosque de dudas, no obstante, percibo tres cosas:
1) Que gane el que gane, los compromisos y factores políticos impedirán cambios sustantivos en las estructuras clientelares que tienen secuestrado al Estado generando corrupción galopante y gangrenando la moral pública y el erario.
2) Que Petro o Duque pueden respetar los acuerdos de paz o modificarlos, pero no frenarán la violencia mientras haya injusticia social y sigamos siendo el tercer país más inequitativo del planeta. Carlos Gaviria Díaz decía: “La iniquidad es peor que la inequidad”.
3) Que tras la muerte de los partidos y las ideas políticas, solo quedan empresas electorales y el poder de grupos de presión que protegen sus intereses polarizando la opinión para que la gente agite emocionalmente la verborrea electoral en las redes sociales.
Don Juan dio el puntillazo: “Todo seguirá lo mismo; y con ese Congreso, menos”. Ojalá me equivoque, agregó.
Son increíbles las reservas de fe y esperanza, que aún polarizados, tenemos y mantenemos con la ilusión de un mejor país, pese a que por tres generaciones nos han prometido desde Revolución en marcha con López Pumarejo; Frente social con Pastrana Borrero; Mandato claro con López Michelsen; Transformación nacional con Lleras Restrepo hasta Gobierno con los más honestos y más capaces con Turbay, entre otros, pasando por la promesa de Bienvenidos al Futuro, de Gaviria.
Ñapa:
Hace un cuarto de siglo nos dijeron que la Constitución del 91, era “El nuevo país”. Mis problemas son mi buena memoria y mi pensamiento crítico.
Un nuevo país, donde los ricos son más ricos, los pobres más pobres y la clase media de aguante viviendo el deterioro del ingreso.
En ese nuevo país, regiones como Catatumbo, Cauca, Putumayo y Nariño sufren la violencia y demás consecuencias del narcotráfico. Risaralda es el cielo.
En ese nuevo país, los centros urbanos tienen siete millones de desplazados en la informalidad, el riesgo social y padeciendo las trampas de la pobreza y la falta de oportunidades.
Votaré, pero no me hago ilusiones ni con Petro ni con Duque. También quiero estar equivocado y pagaría gustoso una apuesta en caso de que, dentro de cuatro años, el derrotado sea yo.