A quienes vivieron la campaña política presidencial con pasión y emoción desbordadas allende las fronteras del fanatismo, parece necesario recordarles dos cosas: todo pasa y la vida continúa. Hay que madrugar a trabajar, decían los abuelos.
Muy bien a quienes con serenidad aceptaron que en la política como en el juego y en el amor, se gana y se pierde, y entienden que lo que queda es pasar la página y fijar las prioridades de sus vidas, de sus familias y del entorno más cercano que es nuestro territorio, en el que comemos, dormimos, amamos y quisiéramos morir.
Tras los resultados electorales, aún no se apaga la hoguera de los agravios y comentarios desapacibles. Parece útil recordar que si bien la suerte del país es fundamental, también tenemos la obligación de bajar de la nube y aterrizar en el patio de la casa.
No hacerlo, es un uga-uga. Tal cual lo dice el comercial de TV mostrando “Cómo hay quien teniendo la solución en las manos, no la usa”. O incluso, desconociendo la necesidad de aportar soluciones a los problemas locales y regionales, prefieren seguir polemizando sobre temas que una vez cumplida la campaña presidencial, pasan a ser asuntos de Estado que ya no están en nuestras manos, porque en eso consiste la democracia representativa.
Cargados de tigre, de un lado y del otro, continúan inundando las redes sociales con sátiras, memes e insultos. Ello me hace recordar la histórica anécdota bizantina según la cual mientras en el ágora de Constantinopla la gente discutía sobre el sexo de los ángeles, los turcos se tomaban la ciudad. Calcado.
A un querido amigo que el lunes madrugó en el whastsapp como una escopeta repartiendo perdigones, le dije que se relajara, porque los cuatro años que vienen serán como un premio de montaña fuera de categoría en el que los colombianos tendremos que hacer equipo para ganar la cima. Amén de que casi la mitad de los electores dejaron señales de inconformidad que harán más compleja la superación de la polarización nacional
Por causa de la política nacional, no conviene una división local. No queremos un uga-uga en Risaralda porque si ponemos el énfasis en el análisis, Risaralda es un territorio privilegiado por múltiples factores con suficiencia diagnosticados, lo que nos obliga a mayores exigencias en liderazgo transformador, movilización social y consolidación institucional.
En la diferencia, respeto. Si Voltaire anduviera por ahí, estaría predicando su Tratado sobre la tolerancia, que enseña a alejarnos de fanáticos y supersticiosos, y al mismo tiempo, enseñándonos a combatir las injusticias, la crueldad, el abuso del poder y las desigualdades.