Siguen las patéticas historias de líderes políticos sacándose los trapos al sol porque todos quieren lo mismo: el poder. No tendría nada de malo si no fuera porque ese juego de poder es también una amenaza para nosotros.
La más grande amenaza se llama corrupción. Lord Acton dijo: “El poder tiende a corromper y el poder absoluto corrompe absolutamente”. La corrupción es el impuesto más grande que todos pagamos y es claro que los corruptos se juntan para seguir cobrándolo. Seducidos por la codicia -bacteria de la corrupción- saben que el dinero es el trampolín del poder. Los escándalos lo evidencian.
La soberbia escoltada por la palidez de la justicia hace que muchos de nuestros líderes manejen el poder a su antojo, causan costosos fracasos e infectan la política. Por eso les duele administrar el poder con la sabiduría de la humildad.
Solo la espada de Damocles, como en la famosa metáfora griega, les hace sentir el frío del alto riesgo que siempre ha estado sobre sus testas. El poder es como ciertas drogas narcóticas que enloquecen, embrutecen, degeneran, arruinan y matan.
Estar en posición de poder implica estar en posición de peligro. Ello podría explicar lo que sucede con ciertos líderes políticos y gremiales, que como en el proyecto Hidroituango, con el que EPM quiso consolidar su paso de prestador de servicios públicos a constructor de megaobras de generación de energía, hoy, por la soberbia de desconocer la fuerza y la sensibilidad de la naturaleza, solo genera al gigante paisa y a la comunidad, el más grande dolor de cabeza de su historia.
No hay nada malo en querer ser grandes. Lo malo es tener poder y carecer de grandeza.
En medio del prestigio de EPM, es proverbial su sobradez. En Pereira sufrimos con altos costos la soberbia paisa cuando EPM compró el 62% de la Telefónica.
El fiasco más relevante sucedió en 2002 cuando la Junta Directiva, donde 5 miembros (3 paisas y 2 de la Alcaldía de Pereira) capitalizaron con $32 mil millones a EPM Bogotá. Como suele decirse: “esa platica se perdió”.
Hay muchas historias de poder que ilustran los devastadores efectos en el manejo de los dineros públicos, porque como bien decía Michael Korda: “Junto con el sexo y el dinero, el deseo de tener poder es una de las motivaciones básicas del ser humano, sin advertir que una vez alcanzado el poder, hay que saberlo utilizar para no convertirse en su prisionero”.
El mismo Korda decía que se descubren las reglas del poder, solo si se juega hasta el final. Como Vargas Lleras, quien en esta campaña subió como palma y cayó como coco, prisionero de la soberbia, de los caciques electorales y de los coscorrones.