Columna del Abogado, Escritor y Periodista, Luis Garcia Quiroga

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Supimos el fin de semana de las amenazas a la admirada Amparo Jaramillo, mujer pereirana de pura cepa que con su probado amor por la ciudad de sus mayores, nos enaltece como sociedad y nos reconcilia con el género humano.

Esas amenazas me arrugan el alma porque son como un puñal clavado en el riñón del derecho de la libertad de opinión y en el corazón del sagrado deber de defender el patrimonio que debemos legarle a las próximas generaciones: la Cuenca del río Otún y todas las fuentes de agua vulnerables, vulneradas y amenazadas que aún tenemos en este pedazo de cielo que Dios nos dio.

Un río solo puede defenderse a sí mismo cuando reclama su cauce y su entorno. Y lo hace de forma implacable y violenta como lo hemos visto en Mocoa, en Salgar y más reciente en Ituango.
Los depredadores del entorno ambiental del territorio que ocupamos amenazan a Amparo Jaramillo, y con ella, nos amenazan a todos los que defendemos al indefenso e inofensivo río Otún, su indefensa cuenca, los heridos humedales, los abusados bosques tropicales húmedos que nos dan el agua que se vuelve escatológica cuando a su paso recibe las miserias humanas que le arrojan sin compasión.

Denunciar como ciudadanos de bien esos abusos permitidos por la falta de autoridad de quienes tienen el deber institucional y la obligación legal de prevenir, proteger, evitar, controlar, sancionar y erradicar los daños ambientales, y no lo hacen, es lo que estimula a los malandrines a proferir amenazas con el fin de que les quede todo el espacio libre para seguir cometiendo impunemente sus desmanes y fechorías.

Una ciudad con la tradición cívica que tiene Pereira debería no solo tener más conciencia social para asegurar su patrimonio hídrico y ambiental, sino también, el gesto solidario de rechazo masivo a la actitud descocada y absurda de quienes creen que con amenazas van a evitar que los ciudadanos hagamos lo que las autoridades ambientales se niegan a evitar, controlar y sancionar por acción o por omisión. Ambas graves al extremo dado.

Parece llegada la hora de que una institución como Carder, supere el ambiente de feria de prebendas en gallera política, y que su consejo directivo, en el que tienen tanta injerencia en las decisiones el gobernador Salazar, el alcalde Gallo, así como el senador Merheg y el representante Patiño, faciliten y propicien la elección de un director ejecutivo a la altura de lo que hoy exigen las circunstancias donde merodean la desconfianza, las amenazas a vidas humanas y la inseguridad ambiental.

Risaralda merece un gesto de grandeza por parte de su clase política, antes de que pase lo que nunca debe pasar.