Comprar hoy un kilogramo de carne, si la hay, o un pedazo de queso en Venezuela es una verdadera odisea. Todo por culpa de la hiperinflación, la recurrente escasez de productos básicos y el aparatoso desplome de la economía que atraviesa el vecino país.
De allí que el astronómico aumento de los precios se haya convertido en una peligrosa ruleta a la cual le apuestan a diario los hogares cuando acuden a los supermercados.
Es de tal magnitud el impacto de la hiperinflación que la misma llegó al 2616% en el 2017, y sigue imparable. Solo en diciembre fue del 81%.
Un ejemplo típico de esa galopante espiral alcista se refleja cuando alguien compra un artículo en la mañana por 50.000 bolívares, pero al anochecer el mismo cuesta 80.000 bolívares, o más. Eso rompe cada 24 horas y sin contemplación, el bolsillo de las personas que dependen del salario mínimo.
Y no es para menos. Keiner Aldair Chará, un caraqueño consultor de marketing, radicado en Cali hace cinco años, es un testimonio claro de los padecimientos que están a la orden del día en la mayoría de los hogares.
Llegó hace un lustro a la capital del Valle y relata que antes de viajar vendió su motocicleta en 18.000 bolívares, dinero que entregó a su familia. “Hoy, con esa suma escasamente compraría uno o dos huevos allá”, dice.
De allí que hacer mercado no es tarea fácil. Por ejemplo, un kilogramo de carne vale cuesta 340.000 bolívares ($11.900) y uno de queso vale 248.000 bolívares ($8600), mientras el salario mínimo es apenas de 600.000 bolívares ($21.000), el equivalente a siete dólares en el mercado negro.
Cabe recordar, que en ese mercado cambiario paralelo el dólar se paga a 100.000 bolívares, pues en el oficial hay permanente sequía de esa divisa.
Keiner recalca que por ello sufrió constante escasez de alimentos en el caraqueño Petare, considerado el barrio más peligroso de América Latina.
A pesar de que el Gobierno de Nicolás Maduro reajustó en seis ocasiones el salario mínimo en 2017 y decretó un alza del 40% a principios del 2018, de nada ha servido para atajar la hiperinflación.
En las dos últimas semanas, alrededor de 300 supermercados y tiendas han sido blanco de los saqueos por parte de turbas en varios estados venezolanos.
Saqueos y hambruna
Ante la aguda escasez de alimentos, la desesperación llevó a muchos venezolanos —arriesgando sus vidas— a saquear tiendas y pequeños negocios en los últimos días, porque no hay dinero y el poco que ganan no les alcanza para satisfacer a sus familias.
Otros bloquearon carreteras de acceso a las ciudades para robar camiones que transportan azúcar y harina.
En solo el Estado de Mérida, en la última semana murieron diez personas, baleadas por la Policía Bolivariana que repelía saqueos.
Situaciones similares se presentaron en los estados de Trujillo, Aragua y Guarico.
El propio gobernador de Mérida, Ramón Guevara, relató que la crisis alimentaria también ha precipitado a las personas a asaltar haciendas para sacrificar reses a pedradas para obtener su carne, un alimento que es un verdadero lujo en Venezuela.
¿Hasta dónde se resistirá?
Según el investigador de la Universidad del Rosario, Ronal Rodríguez, la magnitud de la crisis “es un abismo sin fondo, pues siempre se puede estar peor” en ese país.
Y entre las peores cosas está la pérdida de valor del bolívar, al punto de que en Cúcuta, en plena zona fronteriza, no se pagan más de 0,035 pesos por cada uno. De allí que muchas familias venezolanas dependan de lo que les envían sus parientes en Colombia debido a los enredos cambiarios.
Hace poco una familia caleña envió $50.000 a Venezuela (1.750.000 bolívares), pero en los cajeros solo se les permite retirar 5000 bolívares al día.
El investigador Rodríguez resalta que por ello, es un verdadero dilema saber cuándo frenará la aparatosa caída económica de ese país, pues solo en el 2017 el Producto Interno Bruto, PIB, retrocedió 15 %, el más drástico en América Latina.
Así las cosas, el panorama puede ser más oscuro en el 2018.
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